Fin de semana de tres días: estoy exhausta. Me duele absolutamente todo mi cuerpecito.
El jueves fui a lo que un amigo se refirió como "Ah si, la fiesta esa rara a la que fuimos". No encuentro mejor definición. El viernes posada, aparentemente inofensiva, encuentro con el hombre atormentado que fue interrumpido por una amiga que se lo quiere tirar (que aquí entre ustedes y yo se tira a cualquiera que se deje).
Nos salimos con el pretexto de fumarnos un cigarro, yo estaba muy divertida diciéndole que me hubiera prestado el gorrito que traía puesto para ponérselo a la piñata (como motivación, obviamente). Me encanta poner a los hombres en situaciones incómodas, era gran parte del encanto de mi relación con él, ponerlo en esa situación. Mi pronóstico era que iba a pasar lo mismo que con el solecito y me iba a terminar odiando, como si verme fuera presenciar el desfile de sus propias debilidades en tacones de agujita.
Ah si, no me pregunten cómo pero terminé en la cama de mi amigo. Nada más dormimos, lo juro, aunque como bien diría él, ¿quién va a creernos eso? En realidad, lo extraño fue el sentimiento de comodidad por la mañana. Estaba recargada en la cabecera de su cama, sentadita y con las piernas recogidas, recortando a todos nuestros conocidos. Me había prestado una playera cortita, y me dijo que tenía bonitas piernas, nos tapamos porque hacía mucho frío, tardamos dos horas en decidirnos a salir de la cama, y me presto su cepillo de dientes (ni siquiera llevaba mi bolsa, ja) porque soy de esas personas que lo primero que tienen que hacer en la mañana es lavarse la boca. Todos tenemos manías, no me juzguen (además las mías son encantadoras).
Ayer no tenía la menor intención de salir, estaba tirada en mi cama viendo una peli cursilona (y repetida, ja) , con el pelo hecho un asco (tipo explosión de boiler) y que me hablan para ir al antro, y que me resisto muchísimo... por 2 minutos, ja. No sé ni cómo llegué a mi casa.
Necesito aprovechar los años antro que me quedan.
Estoy tan cansada, snif.