Me duelen las piernas
... y no por las razones adecuadas.
De cualquier manera, el dolor resulta siempre estimulante. El cuentista solía decirme que estaba loquita porque le pedía que me mordiera los hombros y la espalda, y que me dejara llena de moretones la parte interior de los muslos.
Aunque tenía bonitos detalles espontáneos. Como cuando al estar tomando café en la sala, o platicando en cualquier lado, él sentado y yo de pie, me jalaba por la cadera, levantaba mi blusa y me mordía las costillas, me daba mucha risa, risa de esas de antes, de cuando nada te preocupa.
Esas adorables peculiaridades.
Malditos sean todos, sobre todo en estos días que ando arañando las paredes.