Big Grandma

De lunes a viernes, como buena novia de pueblo, echo reja afuera de mi casa (exceptuando por supuesto los días en que participo en multitudinarias orgías, o voy hincada hasta la Catedral con una corcholata en cada rodilla). Nada fuera de lo común, hasta el jueves pasado en que estaba enfrascada en una profunda discusión sobre los misterios más profundos del universo, mientras intentaba enseñarle a mi arrítmico novio cómo dar unas vueltas al ritmo del Recodo (en mi cabeza se oía, lo juro), y de repente me dice mi amor (aaaahhhh) "Oye ******, tu vecina nos está viendo muy fijamente"

Para esto, enfrente de mi casa vive una viejita cabeza de algodón, y cuyo pasatiempo de unas semanas para acá es supervisar que la visita del mozuelo sea llevada a cabo conforme dictan la moral y las buenas costumbres. Ya la había notado, pero no le hice mucho caso, hasta este día porque de plano estaba plantada en la ventana que da justo enfrente haciendo a un lado la persiana con sus pecosos deditos, como si se tratara de su propio reality show privado. So, empecé a decir en voz alta "señora, ¿por qué nos observa? ¿por qué?", captó la indirecta y se metió a su casa.

Le pagaría su stalkismo de la misma manera, pero ya me ha tocado verla enfundada en su brassier de conitos madonescos (porque ya ven que las doñas usan bras como almidonados que les hacen las bubs como picuditas) ya que no tiene la costumbre de cerrar su persiana y sí de prender la luz por la noche, y créanme, no es nada agradable.

Lo curioso es que si estamos ñoñamente sentados se aburre y nos ignora.

Por fin tengo el último tipo de vouyerista que faltaba en mi lista: La viejita cabeza de algodón.